Por Lilian Castillo
Recientemente el país fue amenazado en su actividad diaria por un bloqueo, que muy aparte de paralizar su rutina, segó vidas y destruyó infraestructuras.
Aún somos un país subdesarrollado; maquillando el término, en desarrollo; pobre, para entender mejor; por lo que nuestra nación necesita del trabajo esforzado e incansable de sus habitantes y estas actitudes radicales no nos permiten avanzar.
Cuántos perjuicios innumerables para nombrar, desde el individual hasta el colectivo en todo el territorio nacional.
Para ejemplificar:
Productores lecheros de Cochabamba, molestos por no poder enviar su producto a destino, echaron leche en el edificio de la Gobernación de Cochabamba y también en la sede de la COD (Central Obrera Departamental). Cada día de bloqueo esa ciudad, Oruro y La Paz dejaron de recibir 340 mil litros de leche.
La Cainco (Cámara de Industria y Comercio de Santa Cruz) perdió $us 100 millones por día.
Dirigentes del transporte pesado anunciaron pérdidas superiores a $us 3.5 millones. Teniendo 7.000 camiones obstaculizados en las carreteras, los bloqueadores realizaron explosiones en los cerros para sembrar kilómetros de piedras en el camino.
La Cámara Nacional de Industrias anunció $us 120 millones de pérdidas, previendo que este hecho dejará sin empleo a cientos de trabajadores.
Lo condenable, más de 40 fallecidos por falta de oxígeno. Ana murió el día que dio a luz; Carmen, en Potosí esperando un anticoagulante y Don Mario, se fue luego de grabar en vídeo un pedido a los bloqueadores, dejar pasar oxígeno.
¿Quién paga los destrozos? ¿quién repone lo perdido? o peor aún ¿qué se puede hacer ante los decesos? de los gastos y reposiciones, los propios bolivianos en la medida de lo posible. Las vidas, son pérdidas irreparables.
Y nuevamente intentamos cerrar heridas, porque seguir adelante es la premisa. Aún falta reponer vidrios rotos, infraestructuras, caminos, etc.; aún falta sanar heridas internas, remozar jardines y pedir que esos hechos no vuelvan a ocurrir.